Sábado 10 octubre; 01:38 a.m. Zaragoza. Las fiestas del Pilar, unos de los festejos patronales mejor considerados de España junto a Las Fallas de Valencia y a Los Sanfermines de Pamplona, daban su pistoletazo de salida en la víspera del pregón.

 Miles de jóvenes y no tan jóvenes se agolpaban dentro del recinto de Interpeñas. Un infierno.

En un recinto lúdico suelen ser normales los pisotones, los empujones y los gritos, sobre todo si se suministra alcohol en la barra. La gente se ha acostumbrado a pasarlo realmente mal en dichos lugares: agobio, sensación de falta de aire y decibelios a destajo no son torturas suficientes y año tras año, estos espacios acaban repletos.

Sin embargo, hay que reconocer que estos inconvenientes se ven subsanados por el patente espíritu de fiesta que se imprime al otro lado del Ebro, los reencuentros con viejos amigos y los litros de vodka.

 El problema del viernes fue otro. Aquella noche la red telefónica estaba colapsada, ocupada o como quieran llamarle. Nadie sabe a ciencia cierta el porqué: un taxista especulaba con la posibilidad de que las fuerzas del orden hubieran colocado inhibidores de frecuencia, otros deliveraban sobre la excesiva concentración de gente llamando a la vez en una zona concreta. Lo verdaderamente reseñable es que la dependencia del móvil en esta sociedad cibernética está tan arraigada que los asistentes sentían que habían perdido alguna parte realmente importante de su cuerpo. Deambulaban desorientados.

Tenían aquel aparato inútil en la mano, parpadeando, que les había sido fiel durante tantos años y lo peor de todo es que se estaban dando cuenta de lo mucho que dependedemos de él. Por Interpeñas planeaba ese sentimiento de impotencia de saber que si la red no se reorganizaba, no iban a encontrar a tus amigos. Todo eso te hace sentir realmente frustrado.

 Es una muestra más de que actualmente necesitamos de la tecnología de forma alarmante. En algún momento de la noche todo el mundo le dio vueltas al asunto «como se la debían de arreglar nuestros ascendentes para encontrarse cuando disfrutaban de fiestas similares». Supongo que harían una cadeneta para que ninguna aguja se perdiera por el pajar. De hecho, esa fue una de las imágenes más curiosas de la velada, todos esos machitos ibéricos, con tatuajes, con horas de gimnasio sobre sus hombros, con su pelo rapado; cogiéndose de la mano de sus semejantes por miedo a perderse.

Diego Celma Herrando 

Imagen: involve3d

Por Admin 2

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